Febrero 7, 2025
José de Jesús Ortiz Báes

Fue el último vals de Joaquín Sabina en México. La hora tan temida de un concierto con el sabor triste del adiós, el punto final de una trayectoria de quien escribió la banda sonora de varias generaciones marcadas sentimentalmente por muchas de sus canciones. “La última gira de mi vida”, diría el poeta andaluz de 75 años al inicio del concierto realizado en el Auditorio Nacional el pasado cuatro de febrero.
Un recinto absolutamente lleno para escuchar al cantautor español en el que se congregaron miles de adultos y jóvenes, parejas, padres con hijos o nietos, muchos jóvenes no mayores de 25 años que quizá no habían nacido cuando él era ya un clásico, antes del ictus que sufrió en agosto del 2001 y del que vivió para contarlo. Muchos con bombín o playeras de Sabina, con la añoranza de lo que ya no será, todos como quienes asisten a una liturgia que de antemano se sabe ya irrepetible.

El recital inició con la proyección del videoclip de la canción El último vals—una letra autorreferencial como ha sucedido en sus últimas composiciones—, en el que desfilan muchos de su amigos y querencias entre ellas Joan Manuel Serrat, el torero José Tomás, los poetas Benjamín Prado y Luis García Montero, Leiva o Jorge Drexler, así como sus hijas y su pareja JimenaCoronado, además del músico madrileño Javier Krahe, fallecido en 2015 y con quien brinda a la distancia. “Cuando, ciertas, mañanitas, no me pueda ni vestir, deshojando margaritas que nunca dicen que sí; cuando agonicen las flores y los pájaros padezcan mal de amores, no olvides guardar un último vals para mí”, se escuchó en la proyección del video al inicio del concierto.
Cerca de las 8:45 de la noche, Sabina apareció en el escenario con su bombín, vestido de pantalón y saco negro, en medio de una ovación avasallante, para interpretar la canción Lágrimas de mármol¸ del disco Lo niego todo, en la que se reivindica como un sobreviviente de sus negras noches y su leyenda maldita de excesos construida durante más de cinco décadas.
En sus primeras palabras al público, con voz trémula, compartió emocionado: “Heme aquí organizando el repertorio para la última gira de mi vida, temiendo que el olor a despedida tenga un mustio sabor a velatorio. Por eso, le suplico al auditorio que me ayude a jugar esta partida, ¡mueran los callejones sin salida!, que el verso y la canción sean un jolgorio”.
Siguió luego con Ahora, una canción testamentaria y posiblemente una de sus letras más logradas incluida en el álbum 19 días y 500 noches(1999), un disco magnífico, lleno de virtuosismo y plenitud musical, que supuso un antes y después en su carrera, una especie de resurrección tras el fiasco que fue el disco al alimón con Fito Páez. “Ahora que las tormentas son tan breves y los duelos no se atreven a dolernos demasiado, ahora que está tan lejos el olvido, ahora que me perfumo cada día, ahora que sin saber hemos sabido, querernos como es debido sin querernos todavía…”, entonó la letanía con su voz ajada.

El concierto que duró dos horas fue un recorrido por canciones de distintas épocas de su enorme repertorio, como Lo niego todo, Mentiras piadosas, Calle melancolía, 19 días y 500 noches, Peces de ciudad, Por el boulevard de los sueños rotos, Y sin embargo, El hombre del traje gris, Contigo, La canción más hermosa del mundo, Y nos dieron las diez, entre muchas otras que son parte esencial de su larguísima nómina de canciones clásicas.
Casi al inicio, aún con cierto nerviosismo y emoción, recordó que el Auditorio Nacional fue el primer lugar en que se presentó fuera de España, por lo cual tiene un significado especial, y dedicó la canción Calle melancolía a dos personas cercanas a él, presentes en el concierto. “Quería decir un par de cosas: la primera, es lo felices que estamos en México y esto nos lleva a recordar que la primera gira que hicimos hace ya un montón de años empezó aquí, cuando este lugar todavía no era tan bonito como es ahora; estamos nerviosos porque es un lugar muy especial para nosotros y también muy emocionados de estar aquí otra vez. Como uno en México siempre se encuentra gente que conoce de otros lugares y otros sitios y eso produce una emoción especial, quiero dedicar la canción que viene a dos personas: uno es lo que yo quería ser de niño, un torero, pero no es solo un torero, es el mejor de los toreros; la otra es una amiga del alma de Madrid, a la que veo muy a menudo y quiero muchísimo. Les quiero dedicar esta, muy vieja canción, a María Escobedo y a Andrés Roca Rey”.
Esa relación Sabina que tiene con México ha quedado plasmada en gran parte de su trabajo, en canciones escritas en su larga trayectoria intelectual, muchas de ellas inspiradas en las rancheras de José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas o en la tradición popular en general. Antes de la canción Por el boulevard de los sueños rotos, diría: “México es un tequila en Guanajuato, ¡Viva Zapata!, Zócalo insurgente; México es un corrido contra el miedo; México es un mariachi en Irapuato, Chavela, Rulfo, Paz y Carlos Fuentes. México es Frida Kahlo y José Alfredo”.
A propósito de esa relación con México, en un texto publicado en el periódico Milenio, días antes de la gira de Sabina, Paloma Jiménez Gálvez, hija del gran José Alfredo, contó lo que significa para ella su música desde que escuchó por vez primera la canción Y nos dieron las diez, a inicios de la ya lejana década de los 90’s: “el corte, el tono, el estilo me remitían a la obra de mi padre, sin embargo, había algo que rompía con José Alfredo. No fue en ese momento cuando lo detecté. Era el lenguaje, pero pasaron muchos años para que yo lo descubriera. Joaquín es un mago del lenguaje que tiene el don de acercar a las generaciones en esta época sobrecargada de información”.
El concierto siguió, con el genio de Úbeda siempre sentado, haciendo solo una salida del escenario para cambiar de vestuario y dejar el mando a algunos de sus músicos —que cantan mejor que él, como expresó—, como la andaluza Mara Barros que con su imponente voz flamenca cantó Camas vacías y el guitarrista Jaime Asúa que interpretó Pacto entre Caballeros. Un concierto, al igual que sucedió en la gira anterior de 2023, ya sin la presencia del maestro Pancho Varona, el músico sin par y su escudero durante más de tres décadas.
La despedida de Sabina de los escenarios, es también, de algún modo, expresión del fin de una época: la de la generación nacida en la posguerra que vivió su infancia en los años 50´s, y su primera juventud con la contracultura, la psicodelia e irrumpió en la edad adulta con las rebeliones estudiantiles, con el ´68, la guerra de Vietnam, la utopía revolucionaria y la fe en el hombre nuevo en busca de un mundo mejor y más justo. Una generación que, de forma inexorable, ha comenzado a decir adiós.
Al final del camino —o al menos de sus presentaciones públicas— y de su trayectoria musical e intelectual, en una época donde todo es efímero y en la que se han perdido las antiguas señas que daban identidad al sujeto, con productos desechables creados por la lógica de producción capitalista y las industrias culturales, Joaquín Sabina ha sido durante todos estos años una resistencia al olvido, un quijote de los escenarios siempre a contracorriente de esos productos musicales instantáneos carentes de sustancia, impuestos por el mercado. Sobre todo, ha sido un defensor, desde la palabra, de la posibilidad de emocionar y cautivar a partir de un universo particular (el suyo habitado por los nacidos para perder, la derrota, el desconsuelo, pero también por el amor, el olvido y el azar, la golfería, la esperanza, la nostalgia por lo que no sucedió y los lugares a los que no se debe volver). Un universo literario, como sucede con los grandes escritores, convertido en universal para legiones de seguidores en Hispanoamérica.
Cerca de las 10:30 de la noche, el concierto llegó a su fin con las clásicas Y nos dieron la diez y Noches bodas, con su ritmo ranchero y el coro de miles de personas ahí presentes. “Ojalá que volvamos a vernos”, entonó con nostalgia en la letra de la canción. Todavía Sabina regresó con sus músicos para cantar La canción más hermosa del mundo, Tan joven y tan viejo, Contigo y cerrar la presentación con Princesa, que convirtió el recital en un jolgorio como lo pidió al inicio. Tras despedirse, en un aplauso que se prolongó por varios minutos, poco a poco, los cerca de diez mil asistentes abandonaron el Auditorio Nacional en esa noche templada de febrero cubierta de añoranza. Un concierto de despedida para poner punto final a sus andanzas y presentaciones públicas.
Si como dice Borges nuestra vida es la senda futura y recorrida, la del poeta andaluz es una senda irrepetible, con el deber cumplido en medio siglo de trabajo creativo que deja canciones inmensas en la memoria de varias generaciones. El fin indubitable de una época.