Secuelas del Calderónato

Por: José Benítez Benítez

Por: José Benítez Benítez

El estallido de una guerra tiene fecha y hora, es siempre un acto diseñado a propósito, premeditado, concertado y cuidadosamente planeado. Entendamos la guerra como lo que es, el negocio más rentable del planeta.

El conflicto armado entre países o entre dos o más bandos de una misma nación, representa un consumo exorbitante de recursos en cual cualquiera de sus dimensiones.

Armamento, municiones, combustible, equipo táctico, drones, vehículos, helicópteros, aviones, barcos, misiles intercontinentales, bombas nucleares y todo aquello que podamos comprar para auto infringirnos daño.

Pero, sobre todo, la guerra demanda sangre y muerte, por goteo como en las guerras civiles, o por caudales como en las bobas atómicas de la segunda guerra mundial.

Los promotores de la guerra entienden perfectamente que, a ésta, le gusta devorar a los hombres, de forma lenta y despiadada como en Auschwitz o rápido y cruel como en Palestina, donde, en una sola noche (El martes 18 de marzo de 2025) murieron 400 personas y más de 500 resultaron heridas a causa de un bombardeo perpetrado por Israel.

Se libran guerras por iguales o distintas razones, pero las secuelas que deja una guerra en la sociedad, son permanentes, son casi siempre las mismas. en ocasiones, las heridas son tan profundas, que éstas, terminan moldeando el carácter y comportamiento de países enteros.

Las expresiones de inhumanidad son variadas, sabemos exterminarnos de formas diversas y creativas. En el caso de América Latina, la dictadura chilena emuló los campos de concentración nazi, en las guerrillas de centro América la muerte brutalizada, fue una táctica de terror disuasiva; diseñada para traumatizar a la población a través de un shock tan potente, que su efecto inmovilizador fue inmediato.

En México, el 10 de diciembre de 2006, Flipe Calderón, deslegitimado en las urnas, acusado de usurpador, con un estado neoliberal debilitado hasta los huesos desde décadas atrás, sin ningún tipo de estrategia más allá de la propagandística, con las instituciones de justicia y de seguridad del estado erosionadas por la galopante corrupción de aquel entonces, así, declaró la guerra al narco. 

Ahí, comenzó el camino del horror, los primeros descabezados, los cuerpos desembrados, los disueltos en acido, los desaparecidos, los reclutados, las masacres públicas, los toques de queda y las incontables y brutales muertes que ignoramos.

Claro que las condiciones sociales de esa época fueron caldo de cultivo, cuando un joven debe optar entre la miseria que mata de hambre y la aparente vida de poder y estatus, la decisión puede parecer obvia.

Casos como el del “Rancho Izaguirre” en Teuchitlán Jalisco, son una de tantas secuelas que ha dejado la guerra de Calderón, más allá de la campaña de 20 millones que alguien está pagado en redes para publicitar la tragedia, o de si las pruebas fueron o no manipuladas; lo que es un hecho incontrovertible, es que fuese cual fuere el propósito de este lugar, debe haber muchos, pero muchos lugares como este en México.

El Rancho Izaguirre puede ser la hebra de un enorme hilo que nos conduzca a una realidad que todos entendemos que existe, pero con la que aún no nos hemos confrontado como sociedad.

Para quienes lucran y usan la tragedia como golpe político y se arrancan lo ojos de la indignación les pregunto: ¿Qué esperaban encontrar en un país con casi 20 años de guerra?  Es claro que su estupidez no tiene límite.

Y nosotros, deberíamos preguntarnos; ¿Cuáles son los alcances reales de aquella declaratoria de guerra? ¿hasta donde nos ha trastocado como una sociedad que ya normalizamos los superlativos de la violencia? ¿Qué tan profundos son estragos de las masacres perpetuadas? ¿Quiénes, por acción u omisión son responsables? ¿serán suficientes los esfuerzos que propone ahora el gobierno?

Por ahora, todo parece tener un mismo origen, parece pues, que todos los caminos del horror parecen conducir de un modo otro a Felipe Calderón y a su Guerra contra el Narco.    

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